San Martín con problemas nerviosos y atariado con los asuntos de Aguado

Mi querido amigo; el benéfico influjo que mi salud había experimentado el año pasado con mi viaje al Mediodía de la Francia (Costa francesa en el Mediterráneo) me había decidido a emprenderlo en el presente, pero los complicados asuntos de la testamentaria de mi difunto amigo me han impedido de realizar este proyecto. Así es que, a pesar de lo benigno que ha sido este invierno, mis nervios me han atormentado, casi sin interrupción; esta circunstancia, agregada a la testamentaria, no me han permitido contestar a Usted con más antelación a su muy apreciable del 29 de octubre pasado que ahora verifico. Un millón de gracias por el ofrecimiento que me hace de su casa para recuperar mi salud; si mis quehaceres me lo permiten no estoy distante de hacerle una visita el próximo verano, pero sólo por 3 o 4 días, cuyo tiempo aunque corto me proporcionará el placer de verlo. Carta de San Martín a Miller, París 25/2. (1,T20,348-350)

Miller invita a San Martín a Coldred en Inglaterra

En Londres, hace más de dos semanas, tuve el gusto de recibir la apreciable carta de Usted fechada el 25 del mes pasado, y me lisonjea la esperanza que Usted me da de pasar unos pocos días en ésta, su casa, y quiero persuadirme de que Usted no lo frustrará. El temperamento de esta aldea (Coldred) es sobremanera favorable para curar el mal de los nervios y, puedo decir, toda clase de enfermedad como prueba el refrán que corre por acá, y es que "en Coldred nadie muere". Lo más seguro será que venga Usted a juzgar por sí mismo dando, de esta manera, una nueva prueba de mi amistad a uno de sus más apasionados y constantes amigos. He leído en una Gaceta de Lima el Decreto del Gobierno de Chile que hace a Usted de algún modo justicia, aunque tardía. No dudo que el Gobierno del Perú imitará tan honroso ejemplo. Carta de Miller a San Martín, Coldred (Dover, Inglaterra) 1/4. (1,T19,415-416)

El Gobierno Chileno reconoce el genio militar de San Martín

Me felicita Usted por la demostración con que la Legislatura de Chile viene de honrarme; y a la verdad yo debo decir que el sueldo de general de aquella República me viene muy bien pero también me creerá si le aseguro que no es éste el que me ha causado una tal completa satisfacción pero sí el que esta demostración es una alta aprobación de mi conducta militar en Chile, aprobación que la deseaba tanto como la existencia de mis hijos y que jamás se había hecho la menor mención en las Cámaras de esta República de este viejo y cascado pescador. Hay más, como esta medida ha sido tomada sin que por mi parte halla sido solicitada, pues que jamás he manifestado mis sentimientos sobre el particular con persona alguna, la cosa ha sido más grata para mi. Carta de San Martín a Guido, Grand Bourg 15/4. (1,T20,184-187)

San Martín viviría en Chile, pero prefiere la costa del Río de la Plata

Lo deseo tanto más cual el hambre que tengo de moler con Usted una fanega de conversación es tal que sería capaz de hacer un largo viaje para satisfacerla a pesar de mis 64 navidades y demás lacras. Se me vuelve a invitar con instancia tanto por el nuevo presidente como por los amigos de Chile para que fije mi residencia en él. Yo estoy resuelto a hacerlo luego que los hijos de mi difunto amigo el Señor Aguado lleguen a su mayoridad, pues como tutor y curador de ellos no puedo abandonar tan sagrado encargo sin cubrirme de oprobio y de ingratitud; yo preferiría una chacrita sobre la costa de la Plata, pero mi buen amigo, yo busco vivir los pocos años que me restan de vida no solo con una absoluta libertad, pero en tranquilidad y sociego y a la verdad, yo no veo en la situación de nuestra pobre tierra una garantía capaz de proporcionarme estas apetecidas ventajas. Quiera Dios oír mis votos, en su favor, ellos serán siempre porque terminen nuestras disensiones y renazcan los días de Paz y unión de que tanto necesita nuestra patria para su felicidad. Carta de San Martín a Guido, Grand Bourg 15/4. (1,T20,184-187)

Ohiggins muere en Lima, Sarratea se restablece en París

Ya habrá Usted sabido la muerte de nuestro Ohiggins (24/10/1842) de quien hacía cerca de 2 años carecía de sus noticias directas. Nuestro Sarratea fuerte y rejuvenecido como Usted no puede calcular. Pasado mañana lo veré, pues haré el viaje a Paris solo para despedirme de Nieves y su marido (Le Febre) para entregarles la presente. Carta de San Martín a Guido, Grand Bourg 15/4. (1,T20,184-187)

El padre Juan Antonio Bauza en Santiago de Chile

Entre las cartas de felicitación que he recibido de Chile hay una del reverendo Bauza que lo creía en la eternidad hace más de 10 años, según me lo habían asegurado. Lo tiene Usted de canónigo de Santiago. Yo no dudo que las misas que diga en el presente no serán tan expeditas como las que nos decía en tiempo de antaño. Carta de San Martín a Guido, Grand Bourg 15/4. (1,T20,184-187)

Lafont termina el Segundo Volúmen de su libro

Mi segundo volúmen está terminado, llega solamente hasta su abdicación (Protector del Perú), me queda Chile y el fin de la guerra del Perú por hacer; la lámina que representa su entrevista con el general Bolivar no está todavía finalizada, se la enviaré más tarde. Dígame el número de su última entrega para que yo pueda hacerle remitir el resto. Presente, mi general, mis saludos a la Señora de Balcarce (Merceditas), reciba mi agradecimiento por todos los documentos que me ha provisto. Carta de Lafont a San Martín, París 24/6. (1,T19,417)

San Martín sin contactos políticos en Buenos Aires

Mi querido amigo 30 años han transcurrido desde que formé mis primeras amistades y relaciones en Buenos Aires y a la fecha no me queda ni un solo amigo; de estos la mayor parte no existen y los restantes se hallan ausentes o emigrados; de la familia Escalada toda ella ha desaparecido, excepto el Manuel, con quien hace muchos años corté toda comunicación por su mal proceder, así es que en el día no tengo una sola persona a quien recomendar a Santiago Arcos, hijo del Antonio y de la señora Isabel Arlegui de Chile a quienes Usted conoció, por esto es que le ruego me recomiende a este amable joven a sus amigos, el pasa a Buenos Aires y regulamente después a Chile. Él lleva para Dominga Balcarce (madre de Mariano) una carta de recomendación pero una mujer no lo podrá dirigir ni aconsejar como los amigos a quien Usted lo recomiende. La ausencia de Sarratea en los baños de Vichy (400 km al sur de París) me han impedido pedirle cartas en favor de mi recomendado que parte por el parquete inglés de principio de setiembre próximo. Carta de San Martín a Guido, París 20/3. (1,T20,187-189)

San Martín es un antiguo pecador

Dije a Usted en mi anterior había tratado con satisfacción a su recomendado el señor Lisboa, sujeto muy apreciable; pero a pesar de sus recomendaciones personales y amable carácter su señora me inspiraba sentimientos más benévolos no sólo por su carácter y maneras dulces -como caramelos- sino por sus bellísimos y destructores ojos. Usted dirá que es una abominación que los 64 Navidades tenga yo un tal lenguaje; señor Don Tomás, no venga Usted con su sonrisa cachumbera a hacerse conmigo el Catón y privarme del solo placer que me resta, es decir el de recrear la vista pues en cuanto a lo demás, Dios guarde a Usted muchos años. Doblemos la hoja pues si continuase Usted no ganaría en el paralelo, pues Usted sabe que sobre este particular ha sido mucho más tentado de la risa que no este viejo y arrepentido pecador. Mi salud completa, lo mismos que la de mi pequeña familia que como de costumbre vivimos en el campo. Me alegraré que toda la suya y por consiguiente la del señor Don Tomás gocen de igual beneficio. Yo no quedo con consideración y respeto del señor ministro de la República Argentina, pero sí con la sincera amistad que siempre le he profesado éste su viejo amigo. Carta de San Martín a Guido, París 20/8. (1,T20,187-189)

Juan Bautista Alberdi conoce a San Martín

El primero de septiembre, a eso de las once de la mañana, estaba yo en casa de mi amigo el señor D.M.J. de Guerrico, con quien debíamos asistir al entierro de una hija del señor Ochoa (poeta español) en el cementerio de Montmartre. Yo me ocupaba, en tanto que esperábamos la hora de la partida, de la lectura de una traducción de Lamartine, cuando Guerrico se levantó exclamando:- ¡El General SAN MARTÍN! Me paré lleno de agradable sorpresa a ver la gran celebridad americana, que tanto ansiaba conocer. Mis ojos elevados en la puerta por donde debía entrar, esperaban con impaciencia el momento de su aparición. Entró, por fin, con su sombrero en la mano, con la modestia y apocamiento de un hombre común ¡Qué diferente le hallé del tipo que yo me había formado, oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores de América! Por ejemplo: Yo le esperaba más alto y no es sino un poco más alto que los hombres de mediana estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado y no es más que un hombre de color moreno de los temperamentos biliosos. Yo le suponía grueso, y, sin embargo de que lo está más que cuando hacía la guerra en América, me ha parecido más bien delgado. Yo creía que en su aspecto y porte debía tener algo de grave y solemne; pero le hallé vivo y fácil en sus ademanes, y su marcha, aunque grave, desnuda de todo viso de afectación. Me llamó la atención su metal de voz notablemente gruesa y varonil. Habla sin la menor afectación, con toda la llaneza de un hombre común. Al ver el modo cómo se considera él mismo, se diría que este hombre no había hecho nada de notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así. Yo había oído que su salud padecía mucho, pero quedé sorprendido al verle más joven y más ágil, que todos cuantos generales he conocido de la guerra de nuestra independencia, sin excluir al general Alvear, el más joven de todos. El general San Martín padece en su salud cuando está en inacción y se cura con sólo ponerse en movimiento. De aquí puede inferirse la fiebre de acción de que este hombre debió de estar poseído en los años de su tempestuosa juventud. Su bonita y bien proporcionada cabeza, que no es grande, conserva todos sus cabellos, blancos hoy casi totalmente; no usa patilla ni bigote a pesar de que hoy los llevan por moda hasta los más pacíficos ancianos. Su frente, que no anuncia un gran pensador, promete, sin embargo, una inteligencia clara y despejada; un espíritu deliberado y audaz. Sus grandes cejas negras suben hacia el medio de la frente., cada vez que se abren sus ojos llenos aún del fuego de la juventud. La nariz es larga y aguileña; la boca pequeña y ricamente dentada, es graciosa cuando sonríe; la barba es aguda.

Estaba vestido con sencillez y propiedad, corbata negra atada con negligencia, chaleco de seda negro, levita del mismo color, pantalón mezcla celeste, zapatos grandes. Cuando se paró para despedirse, acepté y cerré con mis dos manos la derecha del gran hombre que había hecho vibrar la espada libertadora de Chile y el Perú. En ese momento se despedía para uno de los viajes que hace en el interior de la Francia en la estación del verano.

No obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestros hombres de América, coetáneos suyos. En su casa, habla alternativamente el español y el francés y muchas veces mezcla las palabras de los dos idiomas, lo que le hace decir con mucha gracia, que llegará el día en que se verá privado de uno y otro o tendrá que hablar un ?patois? de su propia invención. Rara vez o nunca habla de política. Jamás trae a la conversación, con personas indiferentes, sus campañas de Sudamérica: sin embargo, en general, le gusta hablar de empresas militares.

Yo había sido invitado por su excelente hijo político, el señor Mariano Balcarce, a pasar un día en su casa de campo en Grand-Bourg, como seis leguas y media de París. Este paseo debía ser para mí tanto más ameno cuanto debía hacerlo por el camino de hierro en que nunca había andado. A las once del día señalado, nos trasladamos con mi amigo el señor Guerrico al establecimiento de carruajes de vapor de la línea de Orleáns, detrás del Jardín de Plantas.

El convoy, que debía partir pocos momentos, después, se componía de 25 a 30 carruajes de tres categorías. Acomodadas las 800 a 1000 personas que hacían el viaje, se oyó un silbido que era la señal preventiva del momento de partir. Un silencio profundo le sucedió y el formidable convoy se puso en movimiento apenas se hizo oír el eco de la campana que es la señal de partida. En los primeros instantes, la velocidad no es mayor que la de los carros ordinarios; pero la extraordinaria rapidez que ha dado a este sistema de locomoción la celebridad de que goza, no tarda en aparecer. El movimiento entonces es insensible, a tal punto que uno puede conducirse en el coche como si se hallase en su propia habitación. Los árboles y edificios que se encuentran en el borde del camino, parecen pasar por delante de la ventana del carruaje con la prontitud del relámpago, formando un soplo parecido al de la bala. A eso de la una de la tarde se detuvo el convoy en Ris; de allí a la casa del General San Martín hay una media hora, que anduvimos en un carruaje enviado en busca nuestra por el señor Balcarce.

La casa del General San Martín está circundada de calles estériles y tristes, que forman los muros de las heredades vecinas. Se compone de un área de terreno igual, con poca diferencia, a una cuadra cuadrada nuestra. El edificio es de un solo cuerpo y dos pisos altos. Sus pareces blanqueadas con esmero, contrastan con el negro de la pizarra que cubre el techo, de forma irregular. Una hermosa acacia blanca de su sombra al alegre patio de la habitación. El terreno que forma el resto de la posesión está cultivado con esmero y gusto exquisito: no hay un punto en que no se alce una planta estimable o un árbol frutal. Dalias de mil colores, con una profusión extraordinaria, llenan de alegría aquel recinto delicioso. Todo, en el interior de la casa, respira orden, conveniencia y buen tono. La digna hija del General San Martín, la señora Balcarce, cuya fisonomía recuerda mucho la vivacidad de la del padre, es la que ha sabido dar a la distribución doméstica de aquella casa, el buen tono que distingue su esmerada educación. El General ocupa las habitaciones altas que miran al norte. He visitado su gabinete, lleno de la sencillez y método de un filósofo. Allí, en un ángulo de la habitación descansaba impasible, colgada al muro, la gloriosa espada que cambió un día la faz de la América occidental. Tuve el placer de tocarla y verla a mi gusto; es excesivamente curva, algo corta, el puño, sin guarnición; en una palabra, de la forma denominada vulgarmente moruna. Está admirablemente conservada: sus grandes virolas son amarillas labradas y la vaina que la sostiene es de un cuero negro, graneado, semejante al del jabalí. La hoja es blanca enteramente, sin pavón ni ornamento alguno. A su lado estaban también las pistolas grandes, inglesas, con que nuestro guerrero hizo la campaña del Pacífico.

Vista la espada, se venía naturalmente el deseo de conocer el trofeo con ella conquistado. Tuve, pues, el gusto de examinar muy despacio el famoso estandarte de Pizarro, que el Cabildo de Lima regaló al General San Martín, en remuneración de sus brillantes hechos. Abierto completamente sobre el piso del salón, le ví en todas sus partes y dimensiones. Es como de nueve cuartas nuestras de largo; y su ancho como de siete cuartas. El fleco, de seda y oro, ha desaparecido casi totalmente. Se puede decir que del estandarte primitivo se conservan, apenas, algunos fragmentos adheridos con esmero a un fondo de seda amarillo. El pedazo más grande es el del centro, especie de chapón donde, sin duda, estaba el escudo de armas de España y en que hoy no se ve sino un tejido azul confuso y sin idea y pensamiento inteligible. Sobre el fondo amarillo o caña del actual estandarte se ven diferentes letreros, hechos con tinta negra, en que se manifiestan las diferentes ocasiones en que ha sido sacado a las procesiones solemnes por los alféreces reales que allí mismo se mencionan.

¿Quién sino el General San Martín debía poseer este brillante gaje de una dominación que había abatido con su espada? Se puede decir con verdad que el General San Martín es el vencedor de Pizarro: ¿a quién, pues, mejor que al vencedor, tocaba la bandera del vencido? La envolvió a su espada y se retiró a la vida oscura, dejando a su gran colega de Colombia la gloria de concluir la obra que él había casi llevado hasta su fin. Los documentos que a continuación de esta carta se publican por primera vez en español, prueban de una manera evidente que el General San Martín hubiera podido llevar a cabo la destrucción del poder militar de los españoles en América y que aún lo solicitó también con un interés y una modestia inaudita en un hombre de su mérito. Pero, sin duda, esta obra era ya incumbencia de Bolívar; y éste, demasiado celoso de su gloria personal, no quiso cederla a nadie. El General San Martín como se ve, pues, no dejó inacabado un trabajo que hubiera estado en su mano concluir.

Como parece estar decidido de un modo providencial que nuestros hombres célebres del Río de la Plata, hayan de señalarse por alguna originalidad o aberración de carácter, también nuestro titán de los Andes ha debido tener la suya. Si pudiéramos considerarlo hombre capaz de artificio o disimulo en las cosas que importan a su gloria, sería cosa de decir que él había abrazado intencionalmente esta singularidad: porque, en efecto, la última enseña que hay que agregar a un pecho sembrado de escudos de honor, capaz de deslumbrarlos a todos, es la modestia. He aquí la manía, por decirlo así, del General San Martín; y digo la manía, porque lleva esta calidad más allá de lo que conviene a un hombre de su mérito. Por otra parte, bueno es que de este modo vengan a hallarse compensadas las buenas y malas cosas en nuestra historia americana. Mientras tenemos hombres que no están contentos sino cuando se les ofusca con el incienso del aplauso por lo bueno que no han hecho, tenemos otros que verían arder los anales de su gloria individual sin tomarse el comedimiento de apagar el fuego destructor.

No hay ejemplo (que nosotros sepamos) de que el General San Martín haya facilitado datos ni notas para servir a redacciones que hubieran podido serle muy honrosas; y difícilmente tendremos hombre público que haya sido solicitado más que él para darlas.

La adjunta carta (NOTA: no figura la misma en nuestros archivos) al general Bolívar, que parecía formar una excepción de esta práctica constante, fue cedida al señor Lafond, editor de ella, por el secretario del Libertador de Colombia. Se me ha dicho que cuando la aparición de la Memoria sobre el General Arenales publicada por su hijo, un hombre público de nuestro país, escribió al General San Martín, solicitando de él algunos datos y su consentimiento para refutar al General Arenales, en algunos puntos en que no se apreciaba con la bastante latitud los hechos esclarecidos del Libertador de Lima, el General San Martín rehusó los datos y hasta el permiso de refutar a nadie en provecho de su celebridad.

El actual rey de Francia, que es conocedor de la historia americana, habiendo hecho reminiscencia del General San Martín, en presencia de un agente público de América, con quien hablaba a la sazón, supo que se hallaba en París desde largo tiempo. Y como el rey aceptase la oferta que le fue hecha inmediatamente de presentar ante S.M. al general americano, no tardó éste en ser solicitad con el fin referido; pero el modesto general, que nada tiene que hacer con los reyes y que no gusta de hacer la corte, ni de que se la hagan a él; que no aspira no ambiciona a distinciones humanas, pues que está en Europa, se puede decir, huyendo de los homenajes de catorce repúblicas, libres en gran parte por su espada, que si no tiene corona regia, la lleva de frondosos laureles, en nada menos pensó que en aceptar el honor de ser recibido por S.M. y no seré yo el que diga que hubiese hecho mal en esto.

Antes que el señor marqués Aguado verificase en España el paseo que le acarreó su fin, hizo las más vehementes instancias a su antiguo amigo el General San Martín para que le acompañase al otro lado del Pirineo. El General se resistió, observándole que en su calidad de general argentino le estorbaba entrar en un país con el cual el suyo había estado en guerra, sin que hasta hoy tratado alguno de paz hubiese puesto fin al entredicho que había sucedido a las hostilidades: y que en calidad de simple ciudadano le era absolutamente imposible aparecer en España, por vivos que fuesen los deseos que tenía de acompañarle. El señor Aguado, no considerando invencible este obstáculo, hizo la tentativa de hacer venir de la corte de Madrid el allanamiento de la dificultad. Pero fue en vano, porque el gobierno español, al paso que manifestó su absoluta deferencia por la entrada del General San Martín como hombre privado, se opuso a que lo verificase en su rango de general argentino. El Libertador de Chile y el Perú, que se dejaría tener por hombre oscuro en todos los pueblos de la tierra, se guardó bien de presentarse ante sus viejos rivales, de otro modo que con su casaca de Maipo y Callao; se abstuvo, pues, de acompañar a su antiguo camarada. El señor Aguado marchó sin su amigo y fue la última vez que le vio en la vida. Nombrado testamentario y tutor de los hijos del rico banquero de París, ha tenido que dejar hasta cierto punto las habitudes de la vida inactiva que eran tan funestas a su salud. La confianza de la administración de una de las más notables fortunas de Francia, hecha a nuestro ilustre soldado, por un hombre que le conocía desde la juventud, hace tanto honor a las prendas de su carácter privado, como sus hechos de armas ilustran su vida pública. El General San Martín habla a menudo de la América, en sus conversaciones íntimas, con el más animado placer: hombres, sucesos, escenas públicas y personales, todo lo recuerda con admirable exactitud. Dudo, sin embargo, que alguna vez se resuelva a cambiar los placeres estériles del suelo extranjero, por los peligrosos e inquietos goces de su borrascoso país. Por otra parte, ¿será posible que sus adioses de 1829, hayan de ser los últimos que deba dirigir a la América, el país de su cuna y de sus grandes hazañas?

París 14/9. Fuente: Archivos de documentos mecanografiados encarpetados INSTITUTO NACIONAL SANMARTINIANO.

La Biografía de San Martín

Los libros de Laffou, que están en poder de Boche, eso si le suplico que si puede traermelos en su equipaje, lo haga así, acomodándolos de modo que no se destruyan, como ha sucedido con los pocos que he traído en mi baúl, colocados con poco cuidado.
Es mucho el número de personas que aquí se interesan en tener la Biografía del General San Martín, y sería conveniente de este primer ardor para dar salida a unos 200 o 300 ejemplares que Isac (Hernandez;10,T25,N59,244) podría enviar a este destino. No lo cree así Usted, Frías? El correo mismo podía traerlos, ya con impresos, ya como encomienda pagando la librería su costo, de conducción. Carta de Juan Bautista Alberdi a Félix Frías, Santiago de Chile 12/4 sin año. (10,T25,N59,151)

Muchos buscan aquí la biografía de San Martín. Convendría mandar aunque fuese por correo un buen número de ellas. Por conducto de Isac, podría hacer esto. Carta de Alberdi a Félix Frías, Santiago de Chile 14/4 sin año. (10,T25,N59,152)

San Martín y su pensión en Chile de $ 60.000

Aprovecho, pues, esta oportunidad ara acusar a Ud recibo de su favorecida de 2 de diciembre (San Martín escribe 26 de diciembre) que me llegó estos días junto con el precioso neceser con que Ud ha tenido la bondad de honrarme, y cuya inestimable alhaja legaré al más digno de mis hijos, para que algún día tome en el Museo Nacional el asiento que debe caberle a una prenda de nuestra primera ilustración histórica, con lo cual también, y debo confesarlo, no dejar de tener parte personal mi ambición [...]
Desde luego entregué su carta al Presidente y además le leí la que Vd me dirigía, y esto a presencia del ministro Rengifo. Todo lo recibió con mucho aplauso, y me dijo que creía que Chile había ya desempeñado en cierto modo la gran deuda que tenía para con Ud que me encarga decir a Vd que se tomaba la palabra de su venida a ésta, luego que se lo permitiesen sus negocios, pues ya que había sufrido el pesar de que la muerte hubiese arrebatado a nuestro Ohiggins, le consolaba la esperanza de que un día vería a Vd aquí durante su Gobierno. A este cumplimiento contesté yo lo que creí oportuno, guardándome de toda explicación. En efecto, aunque tardíamente y de un modo incompleto, al fin se ha hecho con Vd un acto de justicia, que lo mejor que ha tenido, no es haberlo promovido el Gobierno y aclamado las Cámaras, sino haberlo sancionado la opinión pública con un aplauso universal. Todos los círculos, todos los periódicos lo publicaron como a porfia; y con él aumentó el Gobierno su popularidad, y con él dio la mejor prueba de que Chile libre de la fiebre revolucionaria había entrado en la era del orden y progreso social.
El 6 de octubre de 1842 se dictó la ley célebre que concede a Vd el goce del sueldo en cualquier parte del mundo donde residiere; otra igual fue dada en favor del respetable Ohiggins, y otra de reposición a los jefes y oficiales que la revolución había destituído; pero entretanto que el público se regocijaba con estas providencias, el rayo del Eterno había fulminado la cabeza triunfal de un héroe de la Independencia, nuestro común y verdadero amigo [...]
Me ha visto Bardel, pero no me ha traído los documentos originales que esperaba, ni yo me atrevo a mandar a Buenos Aires para que se legalicen los que tengo aquí en copia; y así es que no me es dado continuar la cobranza de la chacara. En el mes de mayo último fui notificado para que compareciese por Vd en el juicio que Batrón sigue con Mackenna sobre el dominio de ella; en 17 del mismo contesté que no estaba para entrar en esas cuestiones de dominio, sino para recobrar la chacara de cualquier poder en que se hallase. Dije, además, por vía de ilustración que se pusiera en autos el título de dominio que Vd tiene a ese fundo, cosa que no se había practicado, alegué las leyes que a Vd favorecen y concluí con que se me tuviera por parte. Todo así se mandó, los documentos que faltaban, se pusieron en autos, y el pleito sigue su ordinario curso.
Ya usted se haya en posesión de su sueldo, pero yo no puedo percibirlo, si Vd no me manda su fe de vida, autorizada por alguno de nuestros funcionarios públicos [...] Los sueldos devengados ascienden a $60.000. Carta de José Ignacio Zenteno a San Martín, Santiago de Chile 8/8. (4,T9,175)

En Chile esperan a San Martín

Hace poco tiempo tuve el grato placer de recibir su apreciable del 18 de noviembre hasta el 24 del mismo. Ella me hacer ver con el mayor gusto su resolución de venirse a nuestro feliz Chile, luego que llene ese honrado deber de la amistad con que lo ha dejado comprometido a su fallecimiento su amigo y antiguo compañero de armas, el marqués de las Marismas (Aguado). Si al fin Usted se resuelve venir a Chile, seré el primer chileno que lo abrace en nuestro primer puerto. Carta de Joaquín Prieto a San Martín, Santiago de Chile 14/8. (1,T19,418)

Con la apreciable de Usted del 1 de abril he recibido el placer de saber de su importante salud y del aprecio con que ha recibido la transcripción de la ley de nuestro Congreso a favor de Usted y, aunque ella no es una compensación suficiente al mérito de Usted y a lo mucho que le debemos los chilenos. Al contestar a Usted nuestro amable Presidente espero le hará Usted la súplica de presentarse a dejar sacar su retrato para colocarlo aquí en un lugar conveniente. La carta que Usted me incluyó para Ricardo Price fue entregada inmediatamente y hablé al Gobierno (Chileno) sobre el poder de Usted que le venía para el cobro de sus sueldos caídos a fin de que no hubiese trabado cuentas por haberse presentado ya el general Zenteno con un poder general que decía tener de Usted. Mr Price habrá contestado a Usted dándole cuenta de todo lo que haya ocurrido a este respecto, que todo debe haberse sido muy fácil y sencillo, pues nuestros pagos continúan tan exactos y corrientes como no se puede desear más. Carta de Joaquín Prieto a San Martín, Santiago de Chile 27/9. (1,T19,420)

San Martín no viaja a Italia

A mediados del presente año escribí a Usted dándole noticia del estado en que se encontraba la salud de su apreciado hijo Joaquín (Prieto), posteriormente en aquella fecha todo lo que el médico Rayer había previsto se ha realizado y en el día su restablecimiento no deja la menor duda de que su cura no sea radical, ésta se consolidará aun con la resolución que ha tomado de marchar a Italia (Nápoles). Yo lo hubiera acompañado con el mayor placer a Italia si los multiplicados quehaceres de la testamentaria lo hubiera permitido. Mi salud sigue bien a pesar que en una edad avanzada nunca deja de haber alguna que otra lacra. Posdata: recomiendo a Usted a mi antiguo y buen amigo Gregorio Gómez. Carta de San Martín a Joaquín Prieto, París 9/12. (1,T19,421-422)

Bibliografía

1) Instituto Nacional Sanmartiniano. Documentos para la Historia del Libertador General San Martín, Tomos (T) 1 al 20.
2) Espejo, Gerónimo. El Paso de los Andes.
3) Instituto Nacional Belgraniano. Documentos para la Historia del General Don Manuel Belgrano, Tomo (T) 1 al 7.
4) Instituto Ohigginiano. Archivo de Don Bernardo de Ohiggins, Tomos (T) 1 al 37.
5) Documentos para la Historia de la Bandera Argentina (2001), Guillermo Palomo y Valentín Espinosa.
6) Actas Capitulares de Mendoza, Tomo (T) 1 al 4.
7) El Redactor de la Asamblea 1813-1815.
8) Espinosa, José María. Memorias de Gervasio Antonio de Posadas.
9) Archivo Histórico de Tucumán.
10) Revista de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, Tomos (T) 1 al 25.
11) Registro Oficial y Nacional de la República Argentina.
12) Senado de la Nación Argentina, Biblioteca de Mayo, Tomos (T) 1 al 19.
13) Diario Los Andes.
X) Archivo General de la Provincia de Mendoza: Época Colonial e Independiente (EC,EI), Carpetas y Documentos (C,D), Protocolos (P).
Y) Archivo General de la Nación Argentina: Documentos Escritos.
Z) Archivo Nacional de Chile.